El domingo nos levantamos dispuestos a visitar el templo hinduista de adoración a Kali. Después de desayunar en otra sucursal del mismo café, caminamos bien temprano por una avenida. A Calcuta se le nota cierto aire de decadencia. Fue la capital del British Rajpor muchísimos años, hasta que en 1911 los ingleses deciden trasladarla a Delhi. Desde entonces, Calcuta mantuvo su poderío como polo cultural. India coincide un poco con la triple división urbana de Brasil: al igual que Rio de Janeiro, Calcuta es la capital colonial, centro de las actividades intelectuales y artísticas; New Delhi tiene algo de Brasilia, en el sentido de una ciudad planificada para ser un centro administrativo; y Mumbai, como São Paulo, es el centro financiero del país.
Caminando por Calcuta se percibe en la arquitectura esa combinación de viejas glorias victorianas y pobreza extrema.
Llegamos por fin al Kalighat Kali Temple. Un señor se nos acercó explicándonos adonde podíamos dejar nuestros zapatos y, por no entenderle demasiado, terminamos contratando un guía, sin contrato. Entramos al tempo y nos mostró diferentes rituales, el sacrificio de las cabras y los lugares de meditación. Nos explicó que el templo fue construido en el preciso lugar en que un dedo del pie derecho de Kali cayó sobre la tierra (según la leyenda hindú, Kali fue despedazada por Vishnu y su cuerpo distribuido en 51 pedazos que dieron lugar a la misma cantidad de templos).
Comencé el recurrido siguiendo rigurosamente los consejos de la guía. Primero fui al Victoria Memorial, un majestuoso palacio revestido en mármol blanco, construido en homenaje a la reina Victoria, poco tiempo después de su muerte. Después fui a la Saint Paul’s Cathedral y al Birla Planetarium.